Se dirigían en coche hacia el pueblo de él. Ella viajaba en el asiento trasero para poder atender mejor al bebé, que contaba con apenas dos semanas de vida y dormía tranquilamente en el interior de su capazo. Él conducía pendiente de la carretera aunque algo incómodo debido al nerviosismo que había mostrado su esposa durante los días previos al viaje. Ella era partidaria de retrasar el acontecimiento puesto que pensaba que su retoño era aún demasiado pequeño para un viaje tan largo y prefería no exponerlo a los virus del exterior de su hogar. Él consideraba que habían esperado un tiempo prudencial y sobre todo deseaba que sus padres, los abuelos del recién nacido, pudieran conocerlo al fin.
Tras de seis horas de conducción llegaron al destino: las casa de los abuelos paternos. Todavía estaba aparcando cuando sus padres se acercaron al coche. La esposa desataba al bebé, que comenzaba en esos momentos a despertarse, cuando la suegra abrió la puerta trasera del vehículo y lo cogió de entre sus brazos. “¡Dios mío! ¡Me ha arrebatado a mi pequeño! Ni siquiera se ha esperado a que le pusiera su mantita por encima. ¿Y si coge frío? Deberíamos haber esperado unas semanas más. Me acaban de quitar los puntos; aún no me encuentro con fuerzas… ¡Y encima tengo que convivir con esa mujer mangoneándolo todo! No voy a ser capaz de soportar estos dos largos días. Se me van a hacer eternos. Acabamos de llegar y ya estoy deseando marcharme”.
Los jóvenes esposos sacaron del coche la bolsa y el capazo del bebé y se dirigieron en silencio al interior de la casa. En ella la abuela acunaba en brazos a su nieto mientras pensaba: “¡Ya era hora de que tus padres te trajeran para conocerte! ¡Ay, mi pequeñín! ¡Pero qué guapo eres! ¡Tienes toda la carita de tu papá! ¡Qué ganas tenía de verte! Si tus padres no se hubieran ido a vivir tan lejos… Sólo dos días van a estar, ¿qué te parece? No son suficientes. ¡Solo dos días para disfrutar de mi nieto! ¡Mi pequeñín precioso! ¡El rey de la casa!”
El recién estrenado padre observaba a su hijo en brazos de su madre y sonreía. Su mujer se acercó a ponerle una mantita por encima al retoño pero, con un decidido ademán, la abuela se apoderó de ella y lo arropó mientras se alejaba colmándolo de besos y canturreándole una nana. La joven nuera dirigió una furtiva miraba a su esposo, que contestó con un gesto que restaba importancia al agravio. “Espero que después de estas cuarenta y ocho horas todo pueda volver a la normalidad y no tenga que arrepentirme de la decisión tomada. Hay que ver qué difícil puede resultar lo más simple”.
Uffff sí, por favor, ya es hora de irse!!! Un relato tan corto y enseguida se percibe la incomodidad y el estrés...
Es un placer volver a leerte😉
Que difícil el tema familiar. Cada casa es un mundo y las relaciones entre sus componentes a veces más.