Espero que hayáis pasado un buen verano y disfrutado de las vacaciones. ¿Preparados para la vuelta al cole? ¿Tenéis listos vuestros libros?
Uno de los recuerdos relacionados con libros que yo guardo con más cariño es estar sentada a la mesa roja y redonda de la cocina de la casa de mis padres y estar sumergida en la lectura mientras escuchaba a mis amigos jugar a “el bote” en la calle. Debía de tener unos doce años más o menos. Recuerdo que pensé en la posibilidad de cerrar el libro y unirme a ellos. ¡Me encantaba jugar con mis amigos! Nos pasábamos toda la tarde en la calle hasta que mi madre nos llamaba gritando por el balcón a mis hermanas y a mí para que acudiésemos a cenar. Sin embargo, recuerdo que esa tarde preferí quedarme en casa y seguir leyendo; la historia estaba tan interesante…. Aunque no recuerdo la escena que se relataba en el libro exactamente en ese momento, sí recuerdo el título del libro en cuestión: “El último mohicano”. Era la primera novela voluminosa que me habían regalado mis padres y la primera que despertó mi amor por la lectura.
Después de aquello continué leyendo libros y más libros; sobre todo en verano, cuando disponía de más tiempo. No leía solo los libros que me obligaban a leer en el colegio y, más tarde, en el instituto, sino que como mis padres tenían una gran colección de clásicos en casa, me dediqué a leerlos: “El viejo y la mar”, “Cumbres borrascosas” , “Oliver Twist”. Eran libros gruesos, sin dibujos y con letra pequeña. Ni siquiera había dibujos en su portada, solo el título en letras gruesas y doradas. Sin embargo, yo me sumergía en todas aquellas historias, una detrás de otra, y ya no podía parar.
Cuando la biblioteca de mis padres dejó de ser suficiente para mí, comencé a sacar libros de la biblioteca municipal solamente por el placer de devorarlos luego en casa.
Supongo que hubo un momento en que debí pensar ¿Y por qué no puedo ser yo la que decida las historias? ¿Por qué he de conformarme solo con leer las aventuras que otros crean? Y comencé a escribir la historia de una adolescente que iba a ir a una fiesta con sus amigas y allí conocía a un chico.
Digo que debí pensar porque no lo recuerdo. El caso es que hace unos años, recogiendo las cosas de mi habitación de soltera para que mis padres pudieran vender el piso en que me críe (el que tenía la mesa roja en la cocina que ya no existe), encontré escrito a máquina el primer y único capítulo de la historia de la adolescente. Lo leí y pensé: “¿Y esto lo escribí yo con catorce o quince años?”. Reconozco que estaba un poco plagado de tópicos, pero lo cierto es que invitaba a seguir leyendo y no estaba mal escrito (en mi opinión, claro).
Así es que me dije: “¿Y por qué no?”. Obviamente no continué con aquella historia (no tenía ni idea de lo que pasaba por mi cabeza a los catorce años ni cómo podía continuar aquello), pero me dije a mí misma que si con catorce años tenía cosas que contar y no lo hacia del todo mal, a los cuarenta y pico (ji, ji, ji) todavía tenía más cosas que decir.
¿Y tú? ¿Qué libro has leído este verano? ¿Recuerdas cómo empezó tu relación con la lectura? ¿Algún libro te ha enamorado y no pudiste resistir la tentación de abrazarlo al terminarlo?
Encantada de teneros de vuelta. Un abrazo, queridos lectores ;-)
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