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  • Foto del escritorS.D.Esteban

El regreso del último exiliado.

Una noche me rescataron de la cama en la que había dormido de prestado durante cuarenta y dos años y, en secreto, me metieron en una especie de tubo oscuro para llevarme de regreso a mi hogar. Dentro de aquel cilindro permanecí durante todo el accidentado trayecto. Primero en un camión, donde los bocinazos del intenso tráfico de Manhattan –los semáforos habían dejado de funcionar debido a un apagón– y los golpes que sufría mi enorme y delicado cuerpo por el traqueteo del viaje fueron mi única compañía. Después, todavía escondido dentro de aquel frío tubo en la bodega de un avión de Iberia, realicé el resto del viaje sin apenas medidas de seguridad.


Unos años antes, concretamente en 1967, pude haber regresado a mi hogar dado que Franco reclamó mi presencia en España. Sin embargo mi padre, que se encontraba exiliado en Francia debido a sus ideas republicanas, no consintió mi regreso hasta que España hubiera recuperado sus libertades. De modo que tuve que esperar al fallecimiento del dictador –dos años posterior al de mi progenitor– y superar muchas trabas por parte de mis padres adoptivos en Nueva York y de los herederos de mi padre biológico en España, hasta lograr embarcar en el avión que me traería de regreso al país al que pertenezco y que me dio la vida.


Por fin, el 10 de septiembre de 1981, el vuelo IB 952 en el que yo viajaba en secreto, aterrizaba a las 7:45 en el aeropuerto de Madrid procedente de Nueva York. La operación había sido un éxito. Todavía escondido en la bodega, pude escuchar por megafonía las palabras del comandante: “Señoras y señores, bienvenidos a Madrid. Tengo que decirles que han venido acompañando al Guernica de Picasso en su regreso a España”. Ese era yo: el último exiliado.

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