Cifras, papeles, traje, cliente, ordenador, teléfono, comida rápida, más clientes, más números,…
Sentía que se ahogaba; que ese no era su lugar; que aquella no era su vida. Así que, un buen día, se levantó, dejó su trabajo, vendió todas sus posesiones y se fue a vivir con su mujer y sus hijos a una casita aislada rodeada de naturaleza en la que alquilaba unas habitaciones y empezó a respirar.
El matrimonio acabó separándose (cosas de la vida), pero él y los niños (cuando le tocaban) se quedaron a vivir en la casa y él nunca había sido tan feliz como lo era ahora. O, al menos, eso nos contó a la mesa de su casa cuando le estábamos pagando la estancia de unos días de vacaciones en una de sus habitaciones.
Y yo le envidié por ello. Le envidié por saber lo que deseaba e ir en su busca. Por ser capaz de dejarlo todo y empezar de nuevo. Por tener una meta y la valentía suficiente de ponerse a correr y no parar hasta conseguirla.
En aquellos momentos yo no sabía cuál era mi meta. Sólo sabía que admiraba a ese hombre: Alex. Admiraba que hubiera descubierto la suya y hubiera puesto su mundo patas arriba para llegar hasta ella.
Cierto es que aunque sepas lo que quieres en la vida, si no vas a por ello, de nada sirve..