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  • Foto del escritorS.D.Esteban

Quiero correr la maratón de Boston

Aquella mañana Katherine se levantó nerviosa y excitada, insegura de lo que pudiera suceder. Unos días antes había rellenado el formulario de inscripción como K.V. Switzer y a su entrenador le dieron un dorsal para ella suponiendo que quien portaría ese número sería un hombre.

Arropada con el doscientos sesenta y uno a su espalda, Katherine Switzer se dispuso a calentar aquella fría mañana de 1967 rodeada de hombres. Sin embargo, a ella no le importó. Su sueño era correr la maratón de Boston, se había preparado concienzudamente para ello y se veía capaz de alcanzar la línea de meta.

Tras el reglamentario pistoletazo de salida, dio comienzo la prueba. Al principio todo fue bien: ella corría junto a su entrenador al igual que lo hacían todos aquellos hombres. Sin embargo, a los tres kilómetros de carrera, un coche de prensa reparó en su presencia. ¡Una mujer disputando la maratón de Boston! Aquello era inaudito. Se acercaron para hacerle preguntas que ella, un poco atribulada, contestaba mientras saludaba con la mano a los espectadores que la animaban tras las cintas que delimitaban el recorrido.

De repente, unas pisadas extrañas sonaron a sus espaldas y algo agarró su camiseta tirando de ella hacia atrás. Katherine se giró sobresaltada sin dejar de correr para descubrir la cara enfurecida de un hombre que le gritaba al tiempo que intentaba arrancarle el numero de su espalda: “¡Sal de mi carrera y devuélveme mi dorsal!”.

El entrenador de Katherine intentó que aquel hombre la soltara, pero este persistía en su intento. Otros compañeros corredores también intentaron ayudarla. Incluso el novio de Katherine, que se encontraba también disputando la maratón, se acercó corriendo hasta donde ellos se encontraban y empujó al organizador sacándolo del circuito. Fue entonces cuando Katherine aprovechó la oportunidad y siguió corriendo mientras su entrenador le gritaba: “¡Corre como nunca!

Después de aquel percance la prensa persiguió a Katherine durante toda la carrera. “¿Por qué corres? ¿Qué intentas demostrar?” Pero ahora ella no contestaba. ¡Lo único que quería era correr la maratón de Boston! ¿Por qué no le dejaban hacerlo? ¿Solo porque era mujer? La rabia comenzó a abrirse paso en su interior. Acabaría aquella carrera aunque tuviera que hacerlo a cuatro patas. Demostraría que una mujer era tan capaz de hacerlo como cualquier hombre.

A las mujeres siempre les habían dicho que no podían correr una maratón porque su cuerpo no lo resistiría. Pero ella iba a demostrar que las mujeres tenían tanta o más resistencia que los hombres, que podían correr largas distancias sin que su útero se desprendiera —tal y como pretendían hacerles creer— o cualquier otra de las sandeces que proclamaban.

Lo había hecho antes. Había corrido incluso distancias mayores. Terminaría lo que había empezado y nada ni nadie se lo impediría.


Sus veinte años y una voluntad de hierro le ayudaron a cumplir su sueño y se convirtió, sin proponérselo, en un ejemplo a seguir para muchas mujeres, siendo la primera mujer que culminaba oficialmente, en un tiempo de 4 horas y 20 minutos, la maratón de Boston.

La instantánea tomada en el momento del forcejeo con el organizador dio la vuelta al mundo y propició que, cinco años después, la organización permitiera a las mujeres participar en la maratón de Boston.

Katherine siguió disfrutando de la libertad que le proporcionada correr y luchó hasta conseguir que se incluyera la modalidad de la maratón femenina en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984.

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