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Foto del escritorS.D.Esteban

Alimentarse del recuerdo

La casa estaba en completo silencio. Juan se había levantado temprano, antes de que los pequeños ruidos del día se despertaran. Nada debía enturbiar ese momento.

Miraba con curiosidad la pequeña caja que sostenía entre sus manos, observándola desde todos sus ángulos. La acercó un poco más a su rostro y acarició con su dedo el borde de la tapa; con mucha suavidad, sin apenas rozarla, y sin dejar de sonreír.

La sentía tan próxima que su visión, por un instante, quedó empañada por la cercanía. Cerró los ojos y, con el dedo índice, empujó ligeramente la tapa hacia arriba.

El aroma que emergió de la caja inundó todo el cuerpo y le transportó a su infancia, a la casa de su abuela, a su cocina. Se vio a ella y a sí mismo de pie, frente al banco de granito del que colgaba una pequeña cortinilla de cuadros verdes y blancos que hacía las veces de puerta de armario, dispuestos a cortar en rebanadas el pan que habían amasado y horneado unas horas antes. Sintió la arrugada y firme mano de su abuela descansando sobre la suya, que sujetaba temblorosa el enorme cuchillo de sierra. Y se dejó acunar por el olor a jabón de marsella de su bata y la calidez de su cuerpo a su espalda.

Al crujido del pan al ser rasgado le siguió el olor. Y su boca comenzó a salivar ante el aroma a masa recién cortada. Por poco pudo alimentarse del recuerdo.

Después, con un respeto que casi rozaba el miedo, cerró la caja y la introdujo de nuevo en el fondo del armario. Se acomodó en el sofá y observó el cielo a través de la ventana.

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