Estoy de pie, apoyada en una de las columnas de la parte externa de la pista de baile y muevo discretamente los pies al ritmo de la música. Estoy sola. Bueno..., me encuentro rodeada de gente, pero no son amigos míos. A algunos los conozco de vista, suelen frecuentar este lugar, como yo; sin embargo, el resto son completos desconocidos para mi.
Muchos sábados suelo venir con mi compañero de baile, Dani, pero hoy me ha llamado a última hora para decirme que no se encontraba bien y no podría venir. Al colgar el teléfono me he sentido algo decepcionada, pero enseguida he pensado que debía sentirse verdaderamente mal para anular nuestra cita. A Dani le gusta bailar tanto como a mí; ambos estamos deseosos de que llegue el sábado para salir a bailar y practicar los pasos que aprendemos en la clase de bachata de los lunes. De modo que, como ya me había arreglado y estaba ansiosa por bailar, he decidido aventurarme y venir sola; cosa de la cual ahora mismo me estoy arrepintiendo, viendo como todo el mundo baila en la pista y yo continúo aquí de pie, sujetando la columna y recocijándome en mi desgracia viendo como todos a mi alrededor se lo pasan en grande menos yo. No paro de mirar a los ojos de los chicos que pasan por delante de mí y decirles con el poder de mi mente: “Oye, sácame a bailar; que me apetece divertirme un rato”, pero, o el poder de mi mente resulta no ser tan poderoso como yo pienso o, escuchan mis súplicas mentales y pasan olímpicamente de ellas sacando a bailar a cualquier otra chica menos a mí. No puedo reprimir un suspiro cuando el enésimo chico me pasa por delante y le ofrece bailar a la chica que está a mi lado.
De repente, veo a lo lejos como una cara conocida me sonríe y camina hacia mí. Es un chico que baila extraordinariamente bien y con el que suelo compartir alguna pieza de baile cada sábado. Una mezcla de ansiedad y excitación se introduce en mi cuerpo ante la cada vez más real posibilidad de salir a la pista de baile. Aunque solo baile esta noche esta pieza con él, ya habrá valido la pena el sufrimiento de haber estado esperando ansiosa la mitad de la noche a que alguien me sacara a bailar. Él lo hace tan bien…
Cuando llega a mi altura ladea ligeramente su cabeza y me ofrece su mano con una sonrisa dibujada en la cara; yo coloco rauda y veloz mi mano sobre la suya sin dudarlo un instante (no vaya a ser que alguna lagarta de estas me lo quite), y él me conduce hacia el centro de la pista de baile.
Una vez allí, me sitúa delante de él y, abrazados, comenzamos a movernos al ritmo de la música.
En estos momentos, aunque estoy algo nerviosa, soy tremendamente feliz. La música invade mi cuerpo. El ritmo de la canción se abre paso entre nosotros y ambos nos movemos como si de un solo cuerpo se tratase, con movimientos suaves, coordinados, como empujados por una fuerza mágica.
De repente, coincidiendo con la siguiente estrofa, él me coge por las muñecas, me separa, y me levanta los brazos por encima de la cabeza. Yo los mantengo rectos en esta posición y él desliza suavemente sus manos por mis brazos, por mis axilas, por mis costados; hasta que sus manos se posan sobre mi cintura y me giran con un leve movimiento de manera que mi espalda queda ahora pegada a su pecho; mis caderas a las suyas; y puedo sentir su aliento en mi oreja. Sonrío cuando oigo que me susurra al oido la letra de la canción:
“ Yo quiero hacerte sentir
lo que tú nunca has sentido”
Al mismo tiempo que canta los versos, su pecho empuja a mi espalda y sitúa su mano derecha sobre mi cadera. Nuestros torsos unidos escapan hacia adelante y después hacia atrás al tiempo que nuestras acopladas caderas se mueven hacia delante describiendo una ola perfecta. Me maravilla comprobar cómo los cuerpos de unos casi completos desconocidos pueden moverse al compás de una manera tan cómplice; cómo somos capaces de expresarnos sin palabras y cómo nos entendemos a través del movimiento y de la música que invade nuestros cuerpos.
Lo siguiente que noto es que mi espalda ha quedado liberada; ya no siento el calor de su pecho sobre ella. Ahora él se ha situado delante de mí y sus ojos me miran. Me rodea con sus brazos y nuestros cuerpos vuelven a unirse en perfecta sincronía.
“Tengo sed de ti
De amarte escondido”
A cada segundo que pasa me siento más cómoda siguiendo sus pasos. Siempre empiezo un poco tensa, pero luego acabo relajándome y sintiendo cómo la música hace su magia y me acuna entre sus brazos mientras me dejo guiar por las suaves indicaciones de mi compañero de baile.
Estando abrazados el uno al otro, él empuja suavemente mi hombro izquierdo hacia atrás, obligando a mi torso a separarse del suyo y a describir un arco perfecto de manera que nuestras piernas quedan unidas, mientras él permanece erguido sujetándome por la cintura, y mi espalda se arquea quedando mi cabeza hacia atrás y mi largo y lacio pelo casi roza el suelo.
“Toda la noche bailando
Tú eres mi fantasía”
Entonces él, mientras yo mantengo esa posición, comienza a deslizar su mano izquierda desde mi cuello, por entre mis pechos hacia mi cintura; sin apenas rozarme. ¡Oh, Dios, qué bonita es la magia del baile! Cómo podemos expresar con nuestros cuerpos los sentimientos de la letra de una canción y de la melodía que la acompaña…
De nuevo él me ayuda a incorporarme y, lentamente, vuelve a unirme otra vez a su cuerpo, mientras nuestras miradas se encuentran y nuestras respiraciones entrecortadas son más que evidentes.
“Cuando acabe esta canción
Tú vas a ser solo mía”
Continuamos moviéndonos al ritmo de la bachata. Sin embargo, aunque nuestras manos están unidas, nuestros cuerpos permanecen ahora separados en una pequeña tregua mientras movemos los pies al compás: cuatro pasos hacia un lado y cuatro hacia otro. Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro. Así dos largas estrofas de la canción hasta que me atrae de nuevo hacia él y nuestros cuerpos vuelven a unirse en uno solo, permitiéndome sentir de nuevo su dulce abrazo.
“Tengo sed de ti
De amarte escondido
Hoy tengo ganas de ti
Mami, vente conmigo, oh”
Continuamos abrazados, sin que nuestros pies apenas se despeguen del suelo, mientras los últimos compases de la bachata van sonando lentamente y noto como su mano resbala despacio por mi espalda indicando que la canción ha llegado a su fin.
Me invade una enorme tristeza cuando ambos nos separamos. La canción ha dejado de sonar; el hechizo se ha roto; la magia se ha desvanecido...
Observo, por primera vez durante toda la pieza musical que hemos compartido, que estamos en el centro de la pista de baile rodeados por mucha gente. Todos se están despidiendo de sus parejas de baile y buscan una nueva para la siguiente melodía. Nosotros nos sonreímos, nos permitimos un casto beso en cada mejilla y nos damos las gracias por el baile, como hace el resto. Después, ambos nos dirigimos hacia la parte de la pista en la que cada uno suele colocarse cada sábado. Pero advierto por el rabillo del ojo que él no llega a su destino, pues una chica le ha sacado a bailar la pieza que ya está sonando.
Mientras camino con la barbilla pegada al pecho hacia la salida de la pista, no paro de pensar en el baile que hemos compartido y en que no volveremos a hacerlo, muy probablemente, hasta que nos veamos la semana que viene, y con suerte… Este chico, del que ni siquiera sé su nombre, baila tan bien que está muy solicitado. No parará de bailar en toda la noche. Incluso alguna otra chica le sacará a la pista de baile, como acaba de suceder con la que ahora es su pareja. Yo no me atrevo a hacerlo. ¡Me moriría de la vergüenza! Bueno, tengo la suerte de que cada sábado que coincidimos en este local, es él quien se ofrece a bailar conmigo.
Una mano se posa sobre mi muñeca y me extrae de mis pensamientos.
- ¿Bailas?- me pregunta un chico al que yo no había visto antes por aquí.
- ¡Claro! - respondo yo sonriente.
Y él me lleva de nuevo hacia la pista de baile y, abrazados, comenzamos a movernos.
¡Vaya, parece que este chico también sabe lo que hace…! Pienso mientras nuestros cuerpos se mueven al unísono y yo me dejo guiar por el chico al tiempo que el ritmo de la salsa se empieza a introducir ya por mis venas...
Lo has descrito tal y como lo vivimos l@s que bailamos. Puro momento de magia
Ja, ja, ja. Con ninguno, Santi. En el baile social se baila sólo una vez con cada chico, normalmente. Y es como dices tú: un momento que es sólo tuyo y de tu compañero. Es como que te transformas, como si fuera tu pareja realmente. Algo asi como cuando haces teatro. ;-)
Me ha gustado mucho pero tengo una pregunta con qué chico te quedarías? O simplemente es una pareja de baile y nada más. De todas formas es un relato que te hace olvidar por un momento de la realidad y disfrutar del momento y ese momento es solo tuyo. Ojalá hayan muchos momentos que solo sean tuyos