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Esa es mi generación

  • Foto del escritor: S.D.Esteban
    S.D.Esteban
  • hace 6 días
  • 3 Min. de lectura

“Esa es mi generacioooooón; esa es mi generacioooooón” canturrean Los Rebeldes en Kiss FM.

En el coche, de camino al trabajo, mi mente se dispara. Son esas horas matutinas en las que el agobio se apodera de ti y te preguntas qué haces aquí, por qué no estás conduciendo hacia otro sitio, un pintoresco pueblo perdido en el Pirineo, por ejemplo, donde una cómoda y espaciosa casa con jardín pero sin vecinos ni perros te espera. Solos tú, tu pareja y la Naturaleza. Y un buen libro, por supuesto. Uno de esos voluminosos con los que las agujas del reloj vuelan para sumergirte en un mundo distinto invitándote a soñar.

Pero no. Casi no tengo tiempo libre y vivo en un minúsculo cubículo en Barcelona sin un mísero balcón, rodeado de ruido, contaminación y olor a orines. Ocho largas horas de trabajo me esperan y ni siquiera me atrevo a calcular los años que aún quedan para jubilarme.

Subo el volumen de la radio e intento contagiarme de la melodía. Mi voz desafinada aligera un poco el ambiente enrarecido del coche. Mis dientes hacen amago de aparición tras una tímida sonrisa y comienzo a dar golpecitos en el volante al compás de la canción mientras mi mente divaga por su cuenta y riesgo.

Soy de la generación de jugar en la calle al bote, al látigo, al cementerio, a churro va... hasta desgastarnos o hasta que nuestras madres nos llamaran a voces desde el balcón para la cena.

De la generación de ir seis en el mismo coche, cargado hasta los topes, las tiendas de campaña en la baca y el guardabarros barriendo la calzada hasta Bronchales, lugar de destino, dónde hacíamos acampada libre con un simple permiso del ayuntamiento y unas cuerdas entre pinos que delimitaban el que sería nuestro terreno durante todo un mes. Sin pagos, sin baños, sin la recepción de un camping que nos entregara la llave de ningún bungalow o movil home. Solo un pedazo de tierra en el que montar nuestras tiendas, a ser posible, el mismo cada año, si es que éramos los primeros en llegar.

Nada de Google Maps. Solo la guía Campsa en la mano. Mi madre, de copiloto, buscando las carreteras que teníamos que coger y desplegando unas páginas imposibles de plegar luego en la misma posición. Mi padre, enfadado, diciéndole que avisara con tiempo. Nosotras cuatro detrás, sin cinturón de seguridad, aguantando los malos humos de mi padre (los de su carácter y los de su cigarrillo) y preguntando cuánto faltaba para llegar. Menos mal que la música del radiocasette y los chistes del dúo cómico Gomaespuma amenizaban el momento, aunque canciones y sketchs ya nos los supiéramos de memoria.

Soy de la generación de las pelis de dos rombos, de Casimiro, de ver en familia los viernes por la noche el Un, dos, tres. De la generación de dos alternativas: dos canales en la tele, la primera o la VHS; dos opciones de estudio a elegir, ciencias o letras, bachillerato o formación profesional, ética o religión. Y qué me decís de la mítica frase: ¿Estudias o trabajas?

Simples. Éramos simples.

Si querías salir, ibas al bar de siempre. El sábado a las nueve. Cena de sobaquillo. Sin llamadas. Sin mensajes. El que estaba allí era porque salía y el que no, se había quedado en casa. Así de sencillo.

No había prisa ni inmediatez. Los capítulos de las series eran uno por semana, para que te diera tiempo a comentar la jugada o a verlos con tus primos en la comida de los domingos en casa de los abuelos: Autopista hacia el cielo, La casa de la Pradera (o Laura Ingalls, como todas decíamos), Verano azul (con su inolvidable “Chanquete ha muerto”). O ya más creciditos, las series de los sábados por la tarde, Mac Giver o “V”, que dejaban desérticas las calles a las siete de la tarde porque no había forma de verlo después.

Si te aburría la tele, tan solo tenías la opción de ir al videoclub con tu carné de socio y rezar para que quedara algo digno de ver que no estuviera alquilado. O ir al cine, sesión continua, donde solo había una sala en la que proyectaban dos películas, primero la mala, luego la buena.

¡Qué tiempos aquellos! ¡Boomers, nos llaman! ¡Qué sabrán ellos! No cambiaría mi generación por ninguna otra.

Aparco y apago la radio. ¡Uf! Ocho horas por delante para trabajar. En fin. Cuando llegue a casa hablaré con Roberto para reservar una casa rural en el Pirineo para ir este fin de semana con los niños. Tal vez aquella de la que me habló Laia. Puede que les queden habitaciones. Podríamos enseñar a los niños a jugar a churro va. Ja, ja, ja. Bueno, quizá sea mejor coger el Bingo.

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5 comentarios


beaolis
hace 6 días

Me has hecho viajar en el tiempo...🥰🥰🥰 esta es mi generaciooooooonnnnnnn...!!!!

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S.D.Esteban
S.D.Esteban
hace 6 días
Contestando a

Está es mi generacioooooonnn....

Muchos más recuerdos que han quedado en el tintero y que quizá otro día saldrán ;-)

Un abrazo, Beatriz.

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Lázaro Marco Salvador
Lázaro Marco Salvador
hace 6 días

👏👏👏Fantástico relato que evoca recuerdos de una generación. En mi caso viajábamos a Cella a 30 km de Bronchales.

Un saludo.

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Lázaro Marco Salvador
Lázaro Marco Salvador
hace 5 días
Contestando a

Mi padres nacieron allí y todos los veranos iba a casa de mis abuelos. Todavía tengo una hermana de mi madre y todos mis primos en ese pueblo.

Igual sí que nos vimos entonces en el quiosco de la fuente. : )

Un saludo.


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