Cariño y esmero

Una segunda vida. Este trozo de madera antigua volverá a estar en forma de nuevo, a ser de utilidad otra vez. Demasiada historia sobre sus espaldas como para permitir que se olvide en cualquier rincón. ¡Madera de roble! ¡Nada más y nada menos! Una puerta que, aunque parezca quebradiza por los años que la acompañan, continúa fuerte como el árbol que le dio la vida. Con limar un poco sus asperezas y una ligera capa de barniz, lucirá radiante como el primer día.

Fernando desplaza el cuadrado de madera envuelto en lija por la vieja puerta de roble que ha franqueado la entrada de su hogar durante siglos. Esa añeja puerta podría contar miles de historias de cada uno de sus propietarios. Hablaría de su padre, de su abuelo, de su tatarabuelo y del padre de éste, que fue quien la puso ahí con sus propias manos. Padres de familia todos ellos que lucharon por su casa, su tierra y el bienestar de los suyos.

El hombre aspira el aroma de la vieja madera al tiempo que la acaricia y una sonrisa de satisfacción ilumina su rostro. Es increíble lo mucho que se consigue con un poco de cariño y esmero, piensa.

A hurtadillas, como el ladrón que se introduce en casa ajena, un recuerdo se cuela en su mente: el olor de las virutas suspendidas en el manto de luz que atravesaba la ventana, los nudosos dedos de su padre sobre su diminuta mano de niño, el calor de su progenitor a su espalda mientras le enseñaba a lijar con infinita paciencia,.. Y sus palabras susurradas a su oído: “cariño y esmero, hijo, cariño y esmero”. Sabias y sensatas palabras que él siempre repetía. Si pudiera explicarle todos los cambios que ha introducido en la que antaño fue su carpintería... Si pudiera contarle y compartir con él su nuevo proyecto...

Fernando, ebanista de tradición y oficio, ha decidido alquilar las habitaciones de la planta baja de su casa para obtener el dinero extra que Dios sabe que necesita. La carpintería no da para mucho y él, Nora y el niño tienen suficiente con la planta de arriba de modo que, cuando su mujer se lo propuso, le pareció la solución perfecta. Ella es la médico del pueblo y, junto con la hija de la boticaria, se encargarán de que los nuevos inquilinos tengan todas sus necesidades cubiertas. Por ahora son solo dos suites las que estarán ocupadas pero, en un pueblo donde la población envejece por momentos, seguro que acabarán llenándolas todas.

El ebanista ya ha cubierto con una fina capa de barniz la madera perfectamente lijada y el delicioso aroma inunda sus pulmones. Uhmmm…. Huele a nuevo.

—¿Qué es esa peste, papá? —pregunta un niño ataviado con pijama de spiderman que asoma la cabeza por la puerta de la carpintería.

—Es barniz, hijo.

El pequeño se acerca y observa la puerta que el padre tiene sobre el banco de trabajo.

—¿Puedo tocarla?

—Sí, pero por este lado, que ya está seco.

—¡Qué suave!

—¿Sabes por qué?

—¿Por qué, papá?

—Porque he trabajado en ella con cariño y esmero.

—¿Cariño y esmero?

—Sí, hijo, sí. Cariño y esmero.

—Pues qué bonita, papá.

El niño la observa atentamente. Después ladea la cabeza, arruga la nariz y pregunta:

—¿Esta es la puerta vieja que quitaste el otro día?

—Sí

—Pero ahora hay una nueva, papá ¿Por qué arreglas esta?

—Esta es muy vieja y ya no sirve para cerrar la casa pero podemos usarla para otra cosa, ¿no crees?

—¿Qué cosa, papá?

—¿Y si la ponemos en el cuarto nuevo que tu madre ha preparado para que el abuelo Nando viva con nosotros?

—¡Pero qué tonto eres, papá! Ese cuarto ya tiene puerta.

—Es verdad, pero esta puerta no hará de puerta, ¿entiendes? ¿Qué te parece si la ponemos en el cabezal de la cama del abuelo? Como el tuyo de spiderman. ¿Crees que le gustaría?

El niño permanece dubitativo unos segundos. Después contesta, satisfecho:

—No abrirá nada pero es bonita… y vieja como el abuelo. Le gustará, papá.

El padre revuelve el cabello del chiquillo y esboza una tierna sonrisa.