Voy conduciendo hacia casa de mi mejor amigo y su mujer; como cada viernes noche, desde hace tantos años que ni recuerdo. Él y yo nos conocemos desde críos. No recuerdo un solo momento importante en mi vida en el que él no haya estado ahí; ni ninguno de la suya que no haya compartido conmigo. “Colegas hasta la muerte”, como siempre nos decíamos. Sonrío.
Cuando llego a su casa es su mujer quien me abre la puerta. Le doy dos besos y le sonrío. Está preciosa, como siempre.
La cena transcurre tranquila y alegre hasta que ella posa su mano sobre la mía mientras me habla. Un gesto amistoso e inocente para ella, pero que a mí me hace subir a las puertas del cielo y descender después directamente a los infiernos. Un gesto que me recuerda lo mucho que siempre la he amado y que nunca la tendré. Un secreto que me corroe y me consume por dentro. No puedo seguir así. El viernes que viene no vendré.
Terminada la cena me despido de ambos:
- Nos vemos el lunes, Jorge.
- Hasta el próximo viernes, Maribel.
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