top of page
  • Foto del escritorS.D.Esteban

El banco de la Plaza Mayor

El piar de los zorzales me despierta antes del amanecer al tiempo que la dulce y fresca brisa de la mañana acaricia mi rostro. Gotas de rocío cubren mi cuerpo, que enseguida languidecen ante los primeros rayos de sol que asoman entre las nubes y se posan con delicadeza sobre mí, permitiéndome entrar en calor. ¡Oh, qué dulce despertar en Iguña, corazón de Cantabria!

Yo siempre he estado aquí. Desde que construyeron esta plaza y me pusieron a disposición del descanso de los honrosos ciudadanos del pueblo. Infatigable, he sido mudo testigo de cuanto aquí ha acontecido. En los pueblos, ya se sabe, no existen secretos y todos, los de más edad por las mañanas y la zagalería cuando el día se esconde tras las montañas, dan rienda suelta a la sin hueso con sus respetables posaderas o sus inquietos pies sobre mí.

Tras más de dos siglos en el mismo lugar, he visto y escuchado de todo y más. He sido testigo del fluir de un chisme de boca en boca. Aunque, por otro lado, también he presenciado como los habitantes del pueblo se han unido frente a injusticias perpetradas contra sus vecinos.

Sin embargo, algo que me tiene preocupado en los últimos tiempos es que cada vez son más las ancianas posaderas que descansan sobre mi cuerpo y menos los jóvenes y sucios pies que se encaraman a él. Los chavales ya no encuentran qué hacer en este pueblo y se marchan a estudiar a la cuidad para no regresar. Pasó con el hijo de Mariya, la pescadera; la hija de Sindu, el Jincho; el de Cibrián, el Pera; el de Nelu, el Pequeñuco,... y tantos otros que si pretendiera nombrarlos a todos nos darían aquí las uvas. En la Plaza, la algarabía de los más pequeños ha desaparecido y la escuela ha tenido que cerrar. Hace ya más de medio siglo que el pueblo no celebra una nueva venida al mundo y cada vez son más las ocasiones en que se viste de luto al despertar.

Mira, por ahí viene Cibrián. ¡Qué madrugador! ¡Cómo reconfortan unas generosas posaderas de buena mañana sobre el lomo! Gracias, Cibrián. Pero, ¿qué es eso que lleva en las manos? Parece una carta. Espera, que lee…

“Papá, tras hablarlo mucho con Lucía, hemos decidido volver al pueblo. Yo puedo teletrabajar y ella, después de tener a Guille, está muy cansada y le vendría bien vuestra ayuda. Además, queremos educar a nuestros tres hijos como nos criamos nosotros y darles todo aquello que aquí no pueden tener...”

—¡Madre del amor hermoso! ¡Voy a contárselo a Nandu! Los suyos también vuelven. Quizá sean suficientes para reabrir la escuela del pueblo.

Cibrián se aleja ligero y contento. Ya no siente el reuma en los pies.

El zorzal reanuda su canto, la brisa sopla de nuevo y los rayos de sol, cada vez más calientes, arropan mi cuerpo.



41 visualizaciones2 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Lluvia

Trazos

bottom of page