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  • Foto del escritorS.D.Esteban

El hombre del traje gris

Él nunca pensó, al subirse a su bicicleta aquella mañana, que la escalera con la que tropezaba todos los días de camino al trabajo cambiaría su vida.


Era un hombre de costumbres: se levantaba a las seis de la mañana, desayunaba un café con tostadas, se duchaba, se enfundaba en su traje gris, daba un beso a su mujer y rodaba sobre su bicicleta hasta el trabajo siempre por el mismo recorrido: las mismas calles, las mismas plazas, las mismas bifurcaciones y la misma vieja escalera de madera pintada de azul que tenía que sortear a mitad de trayecto cada mañana.

Al llegar a la oficina se sentaba en su silla y trabajaba ocho horas delante del ordenador, únicamente interrumpido por el café de media mañana con los compañeros de siempre.


Sucedió una mañana que, en una mala maniobra, nuestro contable de traje gris se cayó de la bicicleta en el trayecto a la oficina y se hizo una herida bastante fea en el brazo, por lo que decidió volver a casa para curársela. Deshizo el camino recorrido minutos atrás solo que, en esta ocasión, lo hizo a pie acompañado de su eterna bicicleta.


Cuando divisó la escalera azul, vio que ascendía por ella una hermosa mujer. Mientras se acercaba, observaba cómo la tela del vestido acariciaba su esbelta figura, el dulce bamboleo de sus caderas, sus pantorrillas bien torneadas, sus delgados y perfectos tobillos.


Sin embargo, al girarse ella para introducirse por la ventana, ambos se quedaron petrificados, observándose durante largo rato mientras los ojos de él se encharcaban en lágrimas. Sin decir nada, él reemprendió la marcha y ella se adentró en la calidez de aquella habitación.


Desde entonces, el hombre de traje gris ya no viste traje en la oficina, en ocasiones desayuna café con leche sin tostadas y pedalea hasta el trabajo por un trayecto distinto.


Tampoco besa a su mujer antes de salir de casa.

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