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  • Foto del escritorS.D.Esteban

El primer beso

Todos los niños y niñas están jugando y corriendo de aquí para allá mientras ella observa temerosa y medio escondida en un rincón. No le gusta ese juego. Le da vergüenza que puedan levantar su falda y ver su ropa interior. Cada vez que cree que alguno de sus amigos va a acercársele, le da un vuelco el corazón. Duda si irse a casa a jugar con sus muñecas, pero no quiere estar sola; quiere jugar con sus amigos, aunque no a ese juego. Recoge la falda de su precioso vestido de flores y la acomodada como si fuera un pantalón, agarrando fuertemente el saliente con una mano detrás de su espalda. Por nada del mundo querría que le vieran sus braguitas. Se moriría de vergüenza si él intentara hacerlo.

Sin embargo, al cabo de unos minutos ya no ha de preocuparse por eso. Suelta su falda y suspira aliviada al ver que han decidido cambiar de juego. Ya puede salir de su escondite, con su pudor a salvo, para participar en el nuevo juego.

Todos se sientan en medio de la calzada y, cuando llevan jugando un rato, Pedro se levanta y se le acerca diciendo que quiere hablar con ella. La lleva cogida de la mano al espacio que queda entre un camión aparcado en la calle y la pared de la misma y allí, escondidos tras las ruedas de un camión casi tan grandes como ellos, él la mira fijamente a los ojos sin soltarle de la mano.

Ambos permanecen callados y a solas por primera vez. Ella espera paciente a que él le diga lo que quería decirle, pero él permanece callado. Es entonces cuando ella se da cuenta de que no le ha llevado hasta allí para hablar. Descubre en su mirada que lo que él quiere es besarla y ella, que lleva casi todo el verano deseando en secreto este momento, se debate entre sentimientos de vergüenza y algo que ella todavía no reconoce como deseo; solo sabe que su corazón galopa sobre su pecho y siente una especie de calor subir por su garganta. Sin embargo, permanece inmóvil viendo cómo los labios de él se acercan a los suyos y, cuando empieza a notar el calor de su aliento sobre su cara, cierra los ojos mientras contiene la respiración. El tiempo se detiene para ellos. Todo es calma y silencio. Lo único que ella escucha y siente es el latir de su corazón y, de pronto, la tibieza de los labios de Pedro sobre los suyos. Y una inmensa felicidad inunda su pecho. El chico que le gusta la quiere a ella; no a otra; a ella. Ella ha sido la elegida. Y no puede ser más feliz.

De pronto escucha una risas cercanas y el calor sobre sus labios desaparece al tiempo que ella abre los ojos. Los otros niños espiaban en silencio escondidos tras el camión y no han podido contener las risas al descubrir el beso. Pero a ella ya no le importa y, mientras sonríe, lleva los dedos sobre sus labios para que no se escape el calor que ha sentido hace unos instantes; para que no se vaya el recuerdo que permanecerá para siempre en su corazón.

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