¿Por ande quie que empiece?
¿Por el principio? ¿Y cuál es el principio? Yo sólo sé que la quiero. Siempre la he querío. ¡Es mi mujer, rediós! No podría vivir sin ella. La necesito. Es mi razón de vivir. ¿Me entiende? Usté que me va a entender, ¡si ahora no saben lo que es el amor, ostia! Si ahora solo saben de lo otro...
¿Que desde cuándo estamos juntos, dice? Pues no sé. Toa la vida, diría yo. Nos hicimos novios desde chiquiticos y desde entonces que no nos hemos separao. Lo nuestro fue amor a primera vista, oiga. Todos bebían los vientos por ella y fue a mí a quien ella echó el ojo, ¿sabe usté? Yo iba a recogerla tos los días a la salía del trabajo y en cuantico pudimos, nos casamos. Yo ganaba muchas perras, asín que a ella no le iba a faltar de na. No era menester que ella trabajara. En mis tiempos la mujer no trabajaba; con tener la casa arregladica pa cuando llegara el marío, ya había bastante.
¿Que si ella quería trabajar? ¿Y qué mujer en su sano juicio querría semejante cosa? Eso son modernismos de ahora. Ya le he dicho que eso antes no era asín. Ella estaba mejor en casa, como tie que ser. El sitio de una mujer es su casa, lo que pasa es que la juventú de ahora no entendéis na. To se ha vuelto del revés. Ya nadie tie su papel. Tó ha cambiao.
¿Que cuándo las cosas empezaron a torcerse, quie decir? Nosotros queríamos tener críos enseguidica; solo que los críos no llegaban. Supongo que ahí empezó to. La labor de una mujer es darle críos a su esposo, si no ¿pa qué coño han de casarse, rediós? Los críos no llegaban y ella comenzó a ponerse triste y yo, pue..., a exasperarme. Ella decía que la casa se le venía encima y cosas asín y empezó a querer salir. Y el sitio de una mujer es su casa, ¡rediós!
¡Pos claro que no me gustaba que saliera sola! ¿Ande coño tenía que ir? Sola a ningún sitio, ¿me he explicao? ¡Pos eso! Ella empezó a querer salir y yo a no querer que saliera. Y de ahí comenzaron las discusiones. Bueno, las discusiones y to lo demás. Si ella se hubiera comportao como una mujer de su casa no hubiera pasao na, ¿me entiende? Pero ella tenía que hacer lo que le viniera en gana.
¡Pos claro que la pegaba! Un hombre no es un hombre si en su casa no pué llevar los pantalones, ¡ostia! Por un par de guantás no pasa na. Se lleva haciendo toa la vida de Dios. Ahora con tó eso de la igualdá y toa la ostia esa.. ya no se sabe ni quien manda. En la vida a mi madre se le hubiera ocurrío levantar la voz a mi padre. ¡En la vida!, ¿me oye usté? Ni siquiera mirarle a los ojos una miaja asín de refilón. ¡Pos no era nadie mi padre!
¿Que qué pasó anoche? ¡Pos no se lo he contao ya a su otro compañero policía!
¿Que quie que se lo cuente otra vez? Pues, ea, preste atención, porque es la última vez que lo cuento. Cuando llegué a casa de echar la partía en el bar del pueblo, ella me dijo que estaba harta y que se iba. Estaba ya haciendo la maleta y to. Que se iba de casa, decía. ¡A su edad! ¡Peinando canas! ¿Ande coño iba a ir? A casa de una amiga viuda, decía que se iba. Que ya no me aguantaba más. ¡A mí! ¿Se lo pué usté de figurar? ¡Que me iba a dejar a mí!
No sé qué me pasó por la cabeza cuando la vi arrastrando la maleta hacia la puerta de casa. Solo sé que no podía dejarla ir. ¡Una mujer ha de estar en su sitio, rediós! ¿Comprende usté? Le dije que no se iría. Y ella empezó a llorar y a pegar chillíos diciendo que ya estaba harta. ¡Harta!, decía. No paraba de repetir esa palabra y de decir que ella no era criá de nadie. ¿Criá de quién, amo a ver? Si mi padre levantara la cabeza.... Una buena ostia a tiempo, diría. Y eso fue lo que hice. Vi el garrote que llevo yo a pasear por el pueblo colgao del perchero. Lo agarré y le sacudí asín en la cabeza... na, pa que se callara na más... y pa que no se fuera. Pero ella no paraba de gritar y de mentarme cobarde. A mí, ¡cobarde!, chillaba allí en el suelo mientras yo le arreaba mandobles asín con el garrote.
¿Tantas veces le di? No sé. Pué ser. Yo solo quería que se callara. No soy ningún cobarde, ¿sabe usté? No podía dejarla ir. Sé que usté no lo entiende. Ahora son otros tiempos, pero el sitio de una mujer es su casa, ¡ostia! El jornal enterico que yo ganaba se lo daba a ella para que lo administrase. Enterico le digo, sin quedarme yo una perra chica. No creo que sea mucho pedir tener un plato de comida caliente al llegar a casa, amos, digo yo.
Tos los matrimonios tien sus riñas. Yo la quiero mucho, ya le he dicho antes. Pero un hombre no pué dejar que su mujer se le suba a las barbas y haga lo que le venga en gana. Es mi mujer, ¿entiende? ¡Y en mi casa los pantalones los llevo yo! ¿O es que en su casa de usté no es usté el que ordena y manda?
Bueno, pos en su casa de usté haga usté lo que quiera, que en la mía se hará lo que me pase a mí por mis santos cojones, ea, que pa eso me he partío yo el lomo a trabajar.
¿Cómo dice? ¿Que han llamao del hospital y le han dicho que no lo ha podío superar? ¿Y eso que quie decir?
¡¿Que se ha muerto?! ¿Que mi mujer se ha muerto, dice? ¿Y qué voy a hacer yo ahora sin ella? ¿Qué va a ser ahora de mí? ¡Tengo casi ochenta años, rediós! Y mi mujer se ha muerto, ostia... ¡Era todo lo que tenía! Ya no me queda na. Yo solo quería que se quedara...¡Mi mujer se ha muerto! Yo la quería. ¡La quería! Yo la quería. Era mi mujer. Yo la quería...
Que tema tan tristemente arraigado aún hoy en día.
Al leer el micro relato ha sido como escuchar y ver las noticias televisivas… el homicidio de género es el resultado de una mente insana y repugnante.
Y Silvia…. me ha gustado el fraseo tan típico de los orígenes del sur.
No es que hayamos evolucionado mucho desde eso... pero me alegro de no haber vivido esa época. Qué poco se entendía el amor. Aunque interesante el punto de vista en este relato😍😎