Conforme el chico de la inmobiliaria les guiaba por las habitaciones, ellos sentÃan que ése iba a ser su nuevo hogar. Se respiraba calma y tranquilidad. OlÃa a nueva vida; a un nuevo comienzo.
Él pensó que por fin habÃan encontrado la casa adecuada; el sitio que les correspondÃa. Después de tantos traslados, de tantos intentos y frustraciones, por fin habÃan encontrado la casa que les darÃa la tranquilidad suficiente para ser felices; el barrio que les proporcionarÃa el silencio y la calma que necesitaban para vivir tranquilos. Ellos eran la pareja perfecta y sólo necesitaban el sitio adecuado; una casa que estuviera a su altura. Y, por fin, la habÃan encontrado; ésta serÃa la definitiva. Sólo necesitaba unas cuantas reformas que harÃan con el tiempo para ponerla a su gusto y ya todo serÃa perfecto. Ésta sà que serÃa la última; ésta sà que les pertenecerÃa para siempre.
Ella vagaba despacio por las estancias de la casa sin apenas escuchar las explicaciones del chico. No le importaba lo que aquel joven dijera. Lo único importante para ella era cómo se sentÃa allÃ. Aquella casa tenÃa algo especial. SentÃa que la casa le pedÃa que formara parte de su historia y en su interior crecÃa el deseo de formar parte de ella. QuerÃa hacer de ella su nuevo hogar. QuerÃa disfrutarla, moldearla, respirarla, vivirla, y después, llegado el momento, dejar su huella para que otros respiraran las historias que ella respiraba en estos momentos. Que otros sintieran su magia igual que ella la sentÃa ahora. Sonrió. ¡Qué ingenuos somos pensando que nos convertimos en dueños de las casas cuando somos nosotros los que les pertenecemos a ellas! Cuándo son ellas las que sobreviven en el tiempo y nosotros sólo participamos de una pequeña parte de su larga historia. Cuando nosotros sólo, y con suerte, les dejamos una pequeña huella.