Miro el reloj: las 21:32. “No entiendo por qué estoy tan nerviosa. Tan solo se trata de una cita; una extraconyugal, eso sí, pero, al fin y al cabo, mi marido y yo hemos decidido tener una relación abierta; no es como si le engañara”. Vuelo a mirar el reloj. Las 21:33. “Espero que haya buen rollo entre este chico y yo y que la cosa fluya porque si no... Por teléfono parecía muy majo pero... ¿Y si noto que no me atrae lo suficiente? O lo que es peor, ¿y si resulta que, en la cama, la cosa no va como debería? ¿Y si…?”
El timbre de la puerta me devuelve a la realidad. Con un vistazo rápido compruebo que todo en la mesa está en su sitio; me aliso el vestido, doy un suspiro largo y profundo para intentar calmarme y abro la puerta. Tras ella me topo una sonrisa enmarcada en un cuerpo que no llama la atención pero que me resulta atractivo. Cuando le hago pasar, me estampa un par de besos en cada mejilla, tan cerca de mis labios que el estómago se me encoge.
La cena trascurre tranquila entre miraditas y pequeños toqueteos mientras nos mostramos nuestras respectivos tatuajes. Los míos, pocos, pequeños y discretos; los suyos, más grandes y evidentes. Terminado el picoteo nos sentamos en el sofá. Mientras conversamos, él posa su mano sobre mi pierna como si se tratara de un gesto casual y continua hablándome mientras pasea con delicadeza su pulgar sobre mi rodilla. Yo pierdo un poco el hilo de la conversación mientras observo sus delicados movimientos sobre mi piel.
De repente, se calla. Un mechón de pelo se me escapa de la oreja y él me lo coloca de nuevo. Levanto la mirada y observo como se acerca despacio. Creo que va a besarme, sin embargo, sus labios se posan sobre mi cuello y lo rozan con dulzura. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Cierro los ojos con la intención de abandonarme a sus deseos pero, al momento, noto que sus labios pierden el contacto con mi piel y los abro de nuevo. Él me está observando y, sin dejar de mirarme, me acaricia el mentón con su pulgar. Frota con él mis labios, primero el superior y después, muy despacio, el inferior hasta que, finalmente, introduce el dedo en mi boca. Yo lo acojo gustosa y lo deslizo dentro de ella, una y otra vez, mientras lo acaricio con la lengua. Después, con un suave movimiento, él saca el dedo de la calidez de mi boca y lo pasa húmedo por mi barbilla y mi cuello. Ambos nos miramos terriblemente excitados. Tras unos segundos que me parecen eternos, me muerde el labio inferior y tira de él con suavidad. Acto seguido me besa y, en su frenético beso, su lengua se une a la mía en un idílico baile que provoca descargas por todo mi ser mientras su mano asciende por mi costado y comienza a pellizcar mi ya endurecido pezón a través del vestido.
– ¡Muérdemelo! ¡Muérdeme los pezones! –le ordeno.
Él, obediente, acoge en su mano uno de mis pechos y comienza a mordisquearle el pezón al tiempo que continúa pellizcando el otro. Mi respiración se acelera mientras pienso que lo único que quiero es que no se detenga y que el calor que me arde por dentro se propague más y más. Él, mientras continua jugando con mis pechos, desliza su mano bajo mi vestido negro de lycra y la hace ascender recorriendo mi muslo hasta que topa con el borde de las medias con liguero negro que me he puesto para la ocasión. Entonces se detiene para dirigir la mirada hacia lo que sus dedos han descubierto. Me observa, sonríe y, con sus ojos fijos en los míos, continúa el recorrido hacia mis bragas y tira de ellas con fuerza hasta romperlas. Yo gimo de placer y me siento terriblemente sexy y poderosa; deseosa de sentir sus embestidas y explotar en mil pedazos.
Me incorporo un poco y comienzo a desabrocharle con prisas la correa del pantalón. Sin embargo, él me retira las manos de sus pantalones y me empuja de nuevo sobre el sofá. Luego se arrodilla en el suelo y tira de mí hacia él recuperando el control. Apoya la barbilla sobre mi sexo y sonríe. Después, desaparece entre la humedad de mis piernas.
***
Horas más tarde estamos los dos satisfechos y desnudos sobre el sofá. Yo acaricio sus pectorales depilados y él mantiene su mano sobre mi nalga y enrolla y desenrolla sobre su dedo el tirante de mi liguero una y otra vez.
– ¿Habías hecho esto antes? –me pregunta distraído.
– ¿Te refieres a follar? –le digo yo tras reír sin disimulo.
– Ya sabes a lo que me refiero –me contesta con una sonrisa–. Quiero decir que si soy yo el primero con el que contactas a través de internet.
– Eres el primero, pero te aseguro que no serás el último.
– ¿A qué te refieres?
– Mi marido y yo seguimos unas normas básicas: no nos contamos nada de nuestras aventuras extramatrimoniales y no repetimos encuentro con ninguna pareja.
– ¿Ah, si? –me dice él arqueando las cejas
– Es una pena.
– Bueno… siempre puedes romper tu acuerdo. Tal vez podríamos vernos mañana de nuevo –sugiere él.
– No cariño, ¡hablo en serio! Me refiero a que es una pena que no convirtamos nuestras fantasías en realidad. Ya son muchos años de matrimonio y podemos confiar por completo el uno en el otro, ¿no te parece? Lo hemos hablado muchas veces, ¿por qué no lo probamos? Solo una vez, a ver qué pasa. Y si no nos gusta, pues volvemos a lo de siempre.
– Me lo pienso, ¿vale?
– ¡Joder, con el me lo pienso! Me voy a la ducha.
– Espera, cariño. No te mosquees… ¿Quieres jugar ahora al cirujano y la enfermera?
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