top of page
  • Foto del escritorS.D.Esteban

La foto

Si hubiera llegado a saber que acabaría rota en un rincón, me hubiera deslizado con sigilo de la cartera de Mario hasta caer al suelo, hubiera acompañado al viento a un lugar remoto y hubiera permanecido allí, donde no pudieran herirme.

Ya nadie cree que una foto en papel sea importante. Todos piensan que es algo pasado de moda y sin utilidad. Sin embargo, una imagen lo es todo. Puede incluso cambiar la vida de las personas.

Empecé a formar parte de la de Mario un día de verano. Él mismo me reveló y me guardó en su cartera. Mario es fotógrafo, pero Amanda no quería ser retratada, por lo que, aquel día, mientras yacía tumbada sobre la cálida arena de la playa y Mario la apuntaba con su objetivo, Amanda interpuso su mano entre ella y la cámara y el resultado fui yo: una imagen graciosa que Mario decidió conservar.

Viví desde entonces en la oscuridad de su bolsillo y desde allí pude constatar el magnetismo que Mario ejercía sobre las mujeres; siempre rodeado por ellas, sonrientes y dispuestas. Aunque Mario era amable y cordial con todas ellas, su tono de voz era diferente cuando se encontraba a solas con Amanda; más cálido, más afectuoso y, a la vez, más libre y relajado. Realmente, parecían una pareja feliz.

Cuando Amanda me sostuvo entre sus manos por primera vez, me sorprendió la calidez que sus dedos me transmitieron, la delicadeza con la que me acarició, el brillo que apareció en sus ojos nada más verme. Sin embargo, ese brillo se transformó en una ligera sombra de preocupación.

—No deberías guardarla —le dijo a Mario.


Él, cuando no había nadie alrededor, me permitía ver la luz entre sus dedos. Me acariciaba en silencio y con dulzura donde Amanda ocultaba el rostro con la mano y, después, me devolvía a la soledad de su cartera.

Pasados unos meses, unos dedos de mujer, que no eran los de Amanda, me sacaron al mundo. El perfume que desprendían esas manos era distinto al de ella. La forma de sostenerme también. Me agarraban con fuerza, aplastándome entre ellos. Me hicieron temblar y algo humedeció mi cuerpo. Después, esos rígidos dedos volvieron a introducirme en la cartera y me dejaron con un mal presentimiento.


Una vez más abandoné mi refugio; y una vez más volvió a ser la otra mujer, no Amanda, quien me extrajo de forma brusca e impetuosa. Sus gélidos dedos me mostraron ante los ojos de Mario.

—¿Quién es ella?

—No es nadie; no significa nada —tardó él en responder.

El incómodo silencio se quebró con el sonido de mi cuerpo al ser despedazado por aquellas manos frías y ensortijadas. Después, aquella mujer salió de la habitación y nos dejó a solas a Mario y a lo que quedaba de mí.

Él, muy despacio, recogió del suelo los pedazos de mi existencia, me introdujo en el fondo del cajón de los calcetines y allí, me dejó morir.

25 visualizaciones2 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Trazos

bottom of page