La novia que no va a casarse esta preciosa con su vestido blanco frente al espejo, aunque un halo de tristeza y preocupación sobrevuela su cabeza. Ha pedido a todos que salieran para estar a solas un momento; y se mira al espejo sin verse. Su cabeza no para de darle vueltas a una sola idea, una y otra vez, una y otra vez. ¿Debería hacerlo? ¿Debería continuar adelante sabiendo lo que recientemente ha descubierto? No sabe contestar a esa pregunta. Su cabeza se niega a admitir lo que su corazón está dispuesto a perdonar.
El sonido de unos nudillos golpeando suavemente la puerta la saca de sus cavilaciones. Ella observa como la puerta se va abriendo despacio y aparece el hombre del que está enamorada. Con el que sí, ahora está completamente segura, se unirá en matrimonio para toda la vida y le perdonará su pequeño desliz. Nunca ha amado a nadie como lo ama a él. Ha habido antes otros hombres en su vida, pero por ninguno ha sentido lo que por él siente; ninguno le ha hecho perder la razón de esa manera y a nadie más le perdonaría lo que está segura de poder perdonarle a él. Lo olvidará y actuará como si nada hubiera pasado. Lo hará si ese es el precio que ha de pagar por tenerlo a su lado.
- No hay ningún problema, cariño; no te preocupes. Enseguida salgo – le dice suavemente a su amado mientras dibuja en su cara una sonrisa.
- Bueno, en realidad, sí que hay un problema – le contesta él cerrando la puerta.
A ella le da un vuelco el corazón. ¡Va a confesarlo! Se dice a ella misma entre sorprendida y emocionada. Va a confesarlo porque me quiere demasiado y no desea empezar este matrimonio con una mentira. ¡Todavía me quiere! No quiere hacerme más daño…
Sin embargo, ella está equivocada en una cosa. Aunque va a confesar su aventura, no lo hará para solicitar su perdón antes de la ceremonia. Lo hará para comenzar de nuevo al lado de la otra persona. No es a ella a la que quiere. Y cuando ella lo oiga de su boca, sentirá como se resquebraja su corazón.
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