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  • Foto del escritorS.D.Esteban

La Tintoretta

Sumergidos en sus pinturas se hallaban los tres jóvenes hermanos, rodeados por aquellas paredes cochambrosas y el techo enmohecido que escondían la bottega de Jacoppo Comín, el Tintoretto. Inmersos en la composición de sus obras, mezclaban colores que desplegaban por sus lienzos deseosos de que los pinceles que sostenían sus discípulas manos hicieran bailar la luz en sus obras reflejando la viveza de lo retratado, tal y como su maestro les había inculcado. Se esforzaban con ahínco en plasmar la divinidad de todo lo aprendido de su progenitor, todo lo que para él representaba el estilo marienista de su amada Venecia, digno de alguien que osara ser merecedor de compartir el arte de la pintura con grandes artistas como Miguel Angel y Leonardo en la flor del renacentismo de Florencia.


No obstante, lo único que los aprendices recibían por parte de su exigente padre eran miradas reprobatorias. Con la sola excepción de la pequeña Marietta, hija ilegítima de Tintoretto. La única por la que el artista sentía verdadera predilección; la única a la que permitía que le acompañase como asistente en todos su encargos aunque tuviera que vestirse como un muchacho para esconder su condición de fémina; la única por cuyas obras sentía verdadero orgullo de padre y maestro. Solo ella había heredado de él una parte de su talento, convirtiéndose en digna heredera de conocer sus secretos artísticos más recónditos.


Con el paso de los años, la relación entre padre e hija se fue estrechando a la par que se acrecentaba la fama de la pequeña pintora, que ya empezaba a conocerse con el sobrenombre de “La tintoretta”entre la aristocracia veneciana. Incluso el Emperador Maximiliano la invitó a formar parte de su corte. No obstante, ella declinaría su invitación al igual que lo haría después con las de Felipe II de España y el Archiduque Ferdinando, pues ella deseaba permanecer junto a su padre en la casa familiar de los Robusti y continuar aprendiendo del que ella consideraba uno de los artistas más grandes de la época.


El amor entre ambos tintorettos ni siquiera se vería empañado por la entrada en escena del joyero veneciano Mario Augusti, que se convertiría en esposo de Marietta al ser el único de sus pretendientes que aceptó vivir en la casa familiar por imposición del padre de su amada, pues el artista nunca consintió que su hija se alejara de su lado.


Sin embargo, el destino es caprichoso, y Marietta abrazaría a la muerte en el parto del hijo que esperaba, sumiendo al Tintoretto en una completa desolación hasta que, cuatro años más tarde, la providencia volvería a reunirlos cuando unas duras fiebres enterraron al padre junto a la hija en la capilla familiar de Santa Maria del l’Otto, rodeados por varias pinturas del maestro.


Mas el legado artístico de la Tintoretta también sería enterrado en el olvido de la historia hasta que en el año 1920 se descubriera una M en uno de los cuadros atribuidos a su progenitor. Sin embargo, ya sería demasiado tarde para Marietta que, pionera en el arte de los pinceles, resultó víctima de una época a la que la sombra de su género nunca le permitió brillar en vida.

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