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  • Foto del escritorS.D.Esteban

Lluvia

Actualizado: 1 abr

Le despertó el sonido de la lluvia jaleando en su ventana. Con apatía, Estela volvió la cabeza hacia el despertador de la mesilla de noche. Las 10:32. Poco menos de media hora. Tal vez hoy sí fuera capaz de encontrar los ánimos suficientes para levantarse de la cama y escuchar sus voces. Necesitaba esa pizca de energía, esa brizna de ilusión. Después hibernaría de nuevo como el oso perezoso en el que se había convertido.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano empujó las mantas que cubrían su cuerpo y colocó los pies desnudos sobre el suelo. Estaba frío. En la habitación a oscuras, iluminada débilmente por resquicios de luz que agujereaban las rendijas de las mugrientas persianas, un nauseabundo hedor le golpeó en la nariz. ¿Cuánto tiempo hacía que no ventilaba? Era incapaz de recordarlo.

Pensó en coger el batín que intuía sobre la cama pero no encontró las fuerzas. Ataviada tan solo con un pestilente pijama salió de su cuarto.

La luz del pasillo le cegó por un instante, aunque consiguió arrastrar los pies descalzos en dirección a la cocina. Desde su ventana podría ver el patio del colegio al completo y escucharía sus voces.

Se sentó en la silla de formica de un verde apagado y miró a través de la ventana. La lluvia inundaba de millones de gotas los cristales. Estela levantó su pesada mano para desprenderlas, pero solo cuando estas permanecieron sin inmutarse cayó en la cuenta de que estaban por fuera.

Llovía. Estaba lloviendo. ¿Y si los niños no salían del colegio? ¿Y si no podía escuchar sus voces? El pensamiento le golpeó la mente como una maza a un mueble viejo. Gruesas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Se había levantado, había conseguido llegar hasta la cocina y ahora no escucharía sus voces.

Un escalofrío recorrió su cuerpo desde sus pies desnudos hasta su abotargada cabeza. Sintió frio.

Se levantó de la silla con gran esfuerzo y abrió uno de los armarios. Vacío. ¿Dónde estaban las tazas? Su mirada exhausta reposó en el fregadero lleno de vasos y tazas sucias. Se desplazó hasta allí, cogió la primera taza y la llenó con agua del grifo hasta la mitad; después, la introdujo en el microondas. El ronroneo del aparato acalló momentáneamente el de la lluvia. Estela volvió a dejarse caer sobre la silla y se dedicó a observar del descenso de los segundos en el microondas mientras el sonido arrullaba su mente.

Tres cortos pitidos zarandearon su cerebro. Estela arrugó la frente y extrajo el vaso del microondas sin tan apenas sentir que quemaba sus dedos. Rebuscó en un armario y se hizo con el primer sobre de algo que encontró. Una insípida manzanilla.

Sentada en la mesa, con el vaso en la mano, miraba llover a través de la ventana. Gotas de lluvia invadían su cristal, su espacio, su mente. Diminutas gotas con poder para dilapidar un día, cambiar una rutina, volverlo todo del revés.

El reloj del microondas escupió las 10:55. Estaba claro que hoy no los vería. No escucharía sus alegres voces de niños chicos de las que sustraer unas migajas de energía para continuar viviendo. Tendría que esperar a mañana, o a otro día, en el que tuviera la suerte de despertarse a tiempo, de que no lloviera, de que salieran los niños al patio y ella los pudiera ver.

Abandonó la taza sobre la mesa y se levantó despacio. Apoyó la frente en el frío cristal inundado de gotas y cerró los ojos. Su aliento formaba círculos de vaho en el cristal que una y otra vez eran reducidos a nada. La lluvia persistía.

No obstante, sin previo aviso, se inició una ligera algarabía que aumentaba poco a poco y competía con el ruido de la lluvia.

Los ojos de Estela se abrieron y escudriñaron atónitos a través del cristal inundado de gotas.

¡Los niños salían al patio! ¡Estaban saliendo!

Con chubasqueros algunos, paraguas otros, incluso había quienes disfrutaban mojándose bajo la lluvia con los brazos extendidos al tiempo que giraban sobre sí mismos o pisoteaban los charcos con entusiasmo.

Estela abrió la ventana. El alegre júbilo de los pequeños resonaba por encima del suave murmullo de la lluvia. En el cielo, un tímido sol se esforzaba por atravesar los grises nubarrones.

Dio un paso más. Se asomó a la ventana. Gotas de lluvia cayeron sobre su cabeza. Cerró los ojos. Aspiró el renovado aroma. Una suave brisa acarició su rostro.

Solo era lluvia. Nada más. Un poco de agua. Eso era todo.

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