top of page
  • Foto del escritorS.D.Esteban

Nochebuena, a pesar de todo

Mi mujer está preparando la cena cuando yo me despierto de la siesta. Aún es pronto, pero ella dice que hay muchas cosas por hacer y que prefiere ir con calma. Este año será diferente. No iremos a ver a la familia. Para mi será casi un respiro, no puedo negarlo; pero ella está algo triste. Lo sé, aunque no quiera reconocerlo. La Nochebuena forma parte de una gran tradición en su familia. Se juntan ciento y la madre alrededor de una mesa llena hasta los topes de gambas, chuletas y dulces de Navidad. Cuando la cena se acaba, su tío saca la guitarra, su hermana la caja de música y todos cantan villancicos, grandes y pequeños, tocando panderetas, rascando una botella de anís o dando golpecitos a un vaso con alguna cucharilla. Bueno, todos menos yo; a mí eso me da un corte que para qué. Pero aquí no se acaba la cosa, cuando ya han tenido suficientes villancicos retiran la mesa, ponen la música a todo trapo y se ponen a bailar. Y es sorprendente, porque no solo no molestan a los vecinos, sino que encima hay tradición de que luego, ya a las tantas, los vecinos toquen a la puerta y se unan a la fiesta. ¿No es alucinante? La primera vez me sorprendió muchísimo, pero ahora ya me he acostumbrado. Durante la noche en cuestión me bebo unas cuantas cervezas, hago como que bailo y procuro pasar desapercibido.


Me acuerdo de la primera vez que formé parte de ese sarao. ¡Estaba tan cortado! Su familia es… ¿cómo decirlo?.. demasiado alegre para mi gusto y estuve casi toda la cena temiendo el momento en que dijeran algo gracioso para reírse de mi. Más tarde me enteré que mi mujer, entonces mi novia, les aleccionó para que no lo hicieran. Aún así, y veinticinco años más tarde, aún sigo temiendo esas cenas, pero sé que a ella esos momentos la hacen feliz y yo… pues … soy feliz si ella lo es.


La oigo trajinar en la cocina y sé que este año está triste. Esta puta pandemia de mierda no nos ha permitido estar con su familia este año. ¡Con la ilusión que a ella le hacía! En fin, espero que, por lo menos, la sorpresa que le tengo preparada le alegre un poco en este día. Yo no soy muy dado a estas cosas, pero creo que le gustará.


Me levanto del sofá, me dirijo a la cocina y, desde el quicio de la puerta, observo a mi mujer que se halla de espaldas preparando una mezcla para un asado o algo así. Lleva el pelo recogido con una pinza, pero hay un mechón que se le escapa continuamente, le cae sobre la cara y ella lo aparta con el antebrazo porque tiene las manos manchadas del potingue ese que está haciendo. No sé cómo lo hace, pero cada año que pasa la veo más guapa. Su cabello ha empezado a teñirse de canas este año, pero eso no le resta ni una pizca de encanto. Está todavía más guapa que cuando la conocí, hará ya unos treinta años.


- ¿Quieres que te ayude? - le pregunto desde la puerta.


Ella se gira sobresaltada y me mira. Al girarse, se le cae de nuevo el mechón sobre la cara y ella resopla para apartarlo. Yo sonrío. ¡Está preciosa esta noche!


- Luego – me dice- Primero ve a ver qué hacen las niñas. Seguro que Sara lleva ya dos horas con la tablet en vez de echar la siesta. Quítasela y dile que ya está bien. Que juegue, lea o haga otra cosa.


- De acuerdo – le digo acercándome a ella y colocándole el mechón rebelde tras la oreja. Enseguida vengo.


Le doy un dulce beso en los labios y me pierdo en el pasillo en busca de mis hijas.


Efectivamente, mi hija pequeña está con la tablet que yo le quito al tiempo que le digo que juegue a otra cosa, tal y como me ha ordenado mi mujer que haga, y me dirijo al cuarto de mi hija mayor.


- ¿Ya está? - me pregunta esta nada más verme aparecer por la puerta.


- Sí- le contesto yo algo nervioso-. Ve al cuarto de tu hermana y entretenla un rato para que no salga de allí. A la señal, ya sabes: sales, me abres y avisas a la mamá como hemos quedado.


- ¿Dónde está la mamá? - me pregunta


- En la cocina preparando al cena


- Vale.


Salimos ambos del cuarto de mi hija mayor. Hace unos cuantos días que venimos preparando la sorpresa. Es extraño que mi mujer no se haya enterado de nada. Abril se dirige al cuarto de su hermana, yo al mío y cierro la puerta. ¡Me parece increíble que yo vaya a hacer algo así! ¡Mi mujer va a flipar! Algo inquieto, abro el armario y comienzo a sacar los paquetes y la ropa que tenía escondidos en el fondo del mismo. Mientras lo coloco todo sobre la cama, rezo para que a Sonia no se le ocurra salir de la cocina y entrar en la habitación estropeando la sorpresa. Quedé con Abril que ella vigilaría por si acaso, pero… no sé. No las tengo todas conmigo... Me cambio de ropa rápidamente intentando hacer el menor ruido posible y sin perder de vista la puerta, como si eso pudiera disuadir a mi mujer de aparecer por allí. Cuando ya estoy listo lo recojo todo y abro un poco la puerta de la habitación para comprobar que no haya moros en la costa. ¡Perfecto! Parece que todo va bien. Salgo a hurtadillas de la habitación y camino de puntillas a lo largo del pasillo hasta llegar a la cocina. En el quicio de la puerta echo una miradita hacia dentro y compruebo que mi mujer continúa bregando con la cena. Con cuidado de no hacer ruido, llego hasta el recibidor, abro la puerta de casa y un aire gélido me golpea en la cara. ¡Joder! ¡Hace un frío que pela! Quizá debería ponerme un abrigo o algo… Pero decido que no; que será solo un momento y salgo al helor de la noche sin abrigo y cerrando con cuidado la puerta tras de mí sintiéndome el hombre más ridículo del mundo.


Miro a los alrededores rogando que no me vea ningún vecino y me pongo a buscar entre todos los bultos que he colocado dentro del saco que he traído conmigo. Estoy seguro que la dejé aquí bien envuelta para que no se oyera el tintineo. ¡Mirala, aquí está! ¡Qué susto! Pensaba que me la había olvidado. Un Papá Noel no lo es si no hace tintinear su campana a la puerta de la casa, pienso. Asi que rescato la campana que compré con Abril hace unos días en el chino del pueblo de los almohadones de alrededor y la hago sonar mientras grito un “ Oh, oh, oh, oh” bien grave tal y como convenimos Abril y yo por señal y me cargo de nuevo el saco a la espalda. Bueno, en lo de la parida del "Oh, oh, oh" insistió Abril. Yo ya me siento bastante ridículo con este gorro, el traje rojo, la barba blanca que mi pica toda la cara y con estos almohadones alrededor de mi cuerpo para simular una barriga que me ha costado muchos años y esfuerzo perder.


Según parece, Abril no se ha enterado de la señal porque yo sigo aquí pelándome de frío sin que nadie me abra la puerta. De manera que vuelvo a hacer sonar la campana y a gritar una vez más el famoso “Oh, oh, oh” cuando oigo unos pasos al otro lado de la puerta y la voz de mi pequeña que grita:


- ¡¡Ha venido Papá Noel!! ¡Ha venido Papa Noel!


Enseguida se abre la puerta y al ver la ilusión que reflejan los ojitos de mi hija pequeña, enseguida olvido el frío, el sentido del ridículo y todos los pequeños inconvenientes que han acarreado el poder llevar a cabo esta bonita sorpresa para mi familia. Abril está detrás de Sara junto a mi mujer, y ambas me sonríen. Abril con una sonrisa cómplice, como quien sabe de una gran labor de equipo cumplida. Y Sonia… Mi mujer parece una niña, y los ojos le brillan con ilusión, esperanza, gratitud, amor, y no sé cuantas cosas más.


Mi hija mayor me indica que entre en casa con un “Pase usted, pase usted” y los cuatro nos adentramos en el comedor de nuestro hogar. Allí Papá Noel, es decir, yo, voy sacando los regalos del enorme saco rojo que llevaba a mi espalda mientras Abril lee los nombres escritos en ellos para que Sara no escuche mi voz y no se descubra todo el pastel. Sara no para de gritar, reír y saltar por todo el comedor mientras abre los regalos que le han tocado mostrándose contenta y feliz. Sé que no es lo mismo que cuando Papa Noel nos visita en casa de mis padres con todos sus primos, o en casa de la tía de mi mujer con sus otros primos, pero este año nada es lo mismo...


Aprovecho que Sara está entretenida con sus juguetes para salir del comedor diciendo adiós. Abril y Sara se despiden con la mano mientras esparcen juguetes por el suelo y Sonia me acompaña a la salida. Frente a la puerta de casa, donde las niñas ya no pueden vernos, mi mujer me acaricia la barba blanca y sonríe. Sus ojos están anegados en lágrimas. Sé que echa mucho de menos a sus hermanas y a su familia en esta noche tan especial para ella, pero creo que la pequeña sorpresa que le hemos dado le ha aliviado un poco la tristeza que sentía o, al menos, así lo espero yo.


- Gracias- me dice mientras una lágrima resbala de sus ojos y surca una de sus mejillas. - Es el regalo más bonito que he recibido nunca.


Y yo me acerco y beso esa lágrima sintiéndome el hombre más afortunado del mundo. Porque sí; porque puede que esta Nochebuena no podamos visitar a nuestras familias, puede que este año no cantemos villancicos alrededor de la mesa de su tía todos juntos, ni bailemos hasta la madrugada bebiendo cerveza. Puede que este año sea diferente y no podamos hacer muchas cosas que sí hacíamos otros, pero estamos juntos y he logrado hacer sonreír a mi esposa. Y con eso es con lo que me quedo.

32 visualizaciones2 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Lluvia

Trazos

bottom of page