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  • Foto del escritorS.D.Esteban

Nuevo día

Todas las mañanas olían a vieja costumbre desde que, doce años atrás, Carmen me rescatara del escaparate de la antigua tienda de botánica, me envolviera en papel dorado y me obsequiara a Manuel por sus bodas de oro. Ella se levantaba temprano y preparaba café mientras él remoloneaba un poco más en la cama y venía a buscarme después, a su viejo compañero bonsái, para colocarme sobre la mesa de la cocina y mimar mis verdes hojas mientras los tres disfrutábamos juntos del despuntar del día.

Sin embargo, el inicio de aquella mañana fue distinto. No me despertó el aroma a café y Manuel se demoró en venir a buscarme. A través del cristal de la ventana, los tonos anaranjados del sol daban tímidos golpecitos en su espalda mientras un denso silencio nos rodeaba y los segundos pesaban en el aire.

Manuel, muy despacio, posó en silencio sus manos sobre mí y sus dedos —fríos, temblorosos e inseguros— comenzaron a acariciar mis hojas. El sol penetraba en la estancia y avanzaba con confianza mientras un jilguero nos acompañaba con su dulce melodía.

Los dedos de Manuel trepaban por mis ramas cada vez más cálidos y firmes.

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