Pirómanos
- S.D.Esteban
- 11 oct
- 2 Min. de lectura
Actualizado: hace 1 día
Se llamaba Arlet. Era una sexagenaria bajita con los ojos azul claro y el pelo largo y gris. Era zurda, y los zurdos nunca me habían inspirado demasiada confianza. Aunque ella quisiera aparentar cierta extroversión y naturalidad, algo en ella me chirriaba. El colmo fue cuando me enteré, a través de la vecina del quinto B, que se hallaba en paro por haber quemado unos libros en la biblioteca en la que había trabajado durante más de quince años. Por supuesto, eso no hizo sino aumentar mi desconfianza. ¿Qué clase de persona quema libros para dedicarse después a prestarlos gratis en una caravana al lado de casa? No me parecía coherente, de manera que con ella siempre estuve ojo avizor.
Todas las mañanas, puntual como un reloj suizo, salía de casa a las nueve menos diez en compañía de su gato, al que llevaba atado con una correa, y seguía el mismo ritual antes de abandonar su domicilio: después de asegurarse tres veces, ni una más ni una menos, de que la puerta de su casa estaba cerrada, miraba a derecha y a izquierda, siempre en ese orden, colocaba un celo entre el marco de la puerta y el margen superior derecho de la misma, volvía a mirar, en esta ocasión, a izquierda y derecha, colocaba el felpudo recto, ya que siempre lo encontraba torcido, empujaba la puerta nuevamente para comprobar que estaba cerrada, daba un par de tironcitos a la correa de su gato y emprendía la marcha hacia las escaleras renegando del uso del ascensor.
Se pasaba la mañana entera en la caravana con sus libros, siempre aparentando cordialidad, siempre con una pose de interés fingido para informar de las últimas novedades literarias, de las novelas más vendidas o de los libros que a ella le habían parecido más interesantes, como si sus conocimientos sobre literatura fueran dogmas de fe.
La mañana de su desaparición llevaba un cap gros de una colla de gegants bajo el brazo al salir de casa. Es lo único que encontré distinto. Así se lo hice saber a la policía cuando me interrogaron al día siguiente por pertenecer al mismo rellano, justo enfrente de donde ella vivía.
Ahora, en la soledad de mi piso, con el manuscrito de la novela en la que he estado trabajando durante más de cinco largos años entre las manos, extraigo de entre sus páginas la nota que ella me escribió con una crítica nada favorable sobre mi ópera prima. Con el mechero que siempre llevo en el bolsillo de mi pantalón, prendo fuego a la dichosa notita. No hay que dejar cabos sueltos. Observo como esas apestosas letras son consumidas por las llamas y no puedo evitar que se me escape una sonrisa ante las ironías de la vida.
Arlet, personaje creado, sentido y abolido por la propia escritora.
Me gusta. 👍
Ahhhhh me encanta😍😍😍 como fluye la historia cambiante hacia su desenlace, y cómo hace lo propio mi punto de vista.... echaba de menos tus relatos. 👌🏻