Herminia, en la cocina, lava y parte el pollo con amor. Se agacha con dificultad y retira la cortina a cuadritos verdes y blancos; la que hace de puerta del mueble de obra que tiene debajo del banco. De ahí coge uno de sus pucheros grandes color granate para ponerle agua y lo coloca al fuego. Después comienza a lavar y partir la bachoqueta. Quiere dejarlo todo listo para cuando vengan los hijos y los nietos poder disfrutar de todos ellos. Hoy también vendrán los de Teruel. Sólo faltará uno de sus hijos a la mesa, el de Canarias. ¡Demasiado lejos para un solo día! Herminia sonríe y piensa en su difunto esposo; en cuánto le hubiera gustado conocer a sus nietos y jugar con ellos. A él le encantaban los críos. Su pequeña todavía era una niña cuando él faltó. ¡Cuánto daño hizo la guerra! ¡A cuántas familias destrozó o dejó huérfanas! Herminia pela ahora unos tomates maduros mientras recuerda a sus hijos cuando eran pequeños. Mientras repasa en su memoria las penurias que pasaron cuando apenas tenían para comer un chusco de pan duro sobre la mesa. Cuando remendaba y lavaba el mismo vestido para su hija mayor porque sólo tenían uno decente para ponerse. ¡Cinco hijos! Cinco hijos sacó ella sola para adelante porque la maldita guerra se lo quitó todo…
Flora se ha despertado hoy temprano. Ha hecho su meditación en la cama y ya ha arreglado un poco la casa. Normalmente se levanta tarde, pero hoy quiere dejarlo todo listo para cuando lleguen sus hijas. Además, quiere hacer también algo de cocido y ponerlo en fiambreras para que ellas se lo puedan llevar antes de irse. ¡Cómo las echa de menos! Se siente orgullosa de haber podido darles una carrera y que cada una ya haga su vida, pero piensa continuamente en ellas. Se siente muy sola en esta casa tan grande y vacía; solos los dos: ella y su marido; piensa Flora algo nostálgica mientras pone la olla express en el fuego y va añadiendo las verduras. Hoy es el día de la madre y sólo verá a dos, las que están más cerca, pero se conforma con ello. Sabe que las dos que faltan le llamarán por teléfono para felicitarle. En muchas ocasiones ha pensado en si las cosas fueran de otra manera; en si ella habría podido hacer más… Pero hace ya mucho tiempo que se dio cuenta de que ya no tiene sentido pensar en eso. En fin, a cada uno le toca cargar con su cruz. En verano las verá a todas juntas. Ella es feliz si sabe que sus hijas lo son. Y sus hijas son felices; eso es lo que importa.
Silvia se ha levantado pronto para escribir un rato. Anoche, en un momento de inspiración, tuvo una idea fantástica para un nuevo relato y la apuntó en su pequeño libro que deja sobre la mesita precisamente para que no se le escapen entre sus sueños las ideas que puedan ocurrírsele durante la noche. Ahora, de madrugada, quiere dejarla plasmada sobre el ordenador antes de que su marido y sus hijas se despierten; así les podrá dedicar a ellos todo el tiempo del mundo en el día de la madre. Ya dejó ayer la comida medio hecha para poder disfrutar esta soleada mañana y salir a dar un paseo todos juntos. Ahora quiere escribir. Dedicarse a ella misma un momento, aunque sea pequeño, en algo que le apasiona y le relaja, antes de sumergirse de lleno en los quehaceres del día y el bullicio de la mañana.
Neus se siente cansada. No quiere levantarse todavía de la cama. Sabe que hoy hará calor y acabarán hinchándosele los pies en menos de tres horas. Cambia despacio y con dificultad de posición en la cama mientras se sujeta la abultada barriga con una mano al tiempo que, con la otra, recoloca el cojín entre sus piernas. Ya sólo falta un mes, pero a ella se le está haciendo eterno. ¡Quién le iba a decir que esto iba a costarle tanto cuando se hizo la inseminación hace ocho meses! ¡Qué felices estaban después de conseguirlo al tercer intento! Ése iba a ser el último. Ya no les quedaban ni fuerzas ni dinero para intentarlo siquiera una vez más. Menos mal que todo salió bien y, ahora, la vida se abre paso en su interior, piensa Neus al tiempo que acaricia su vientre. “Haré lo que haga falta para sacaros adelante. Vosotros sois la razón de mi vida”, le habla Neus en voz bajita a su enorme barriga mientras la acaricia. “De modo que, sed buenos, y dejadme descansar un ratito más, ¿de acuerdo?” . Y Neus apoya la cabeza en la almohada dispuesta a seguir durmiendo.
Los hijos de Herminia van llegando a la casa. Sus hijas y sus nueras se dirigen a la cocina y van preparando la comida y poniéndolo todo en orden; como cada domingo. Y, como siempre, sus hijos y sus yernos se sientan en el comedor dispuestos a charlar y ver la tele mientras los pequeños de la casa salen a jugar a la calle.
Después, todos los adultos juntos a la mesa comerán y hablarán de política. Unas voces sonarán más altas que otras. Los nietos, comiendo en la habitación contigua, se preguntarán extrañados qué es lo que pasa sin entender la razón de aquellos gritos. Pero luego, poco a poco, hijos y nueras, hijas y yernos, comenzarán a hablar de temas banales y las aguas volverán lentamente a su cauce. Y terminarán la comida entre risas. Y sacarán los pasteles de merengue que tanto gustan a Herminia. Y todos juntos a la mesa del comedor, grandes y pequeños, contarán chistes. Y, en un descuido, una nuera colocará un poco de merengue sobre la nariz del cuñado que tiene al lado. Y el cuñado, entre risas, estampará un pastel de merengue sobre su cara. Y todos se levantarán de la mesa cuando vean a la nuera con el merengue en su cara coger otro pastel con la mano y levantarse de su silla. Y saldrán todos a la calle, mayores y niños, jugando a tirarse merengue los unos a los otros. Solo Herminia quedará sentada a la mesa; escuchando las risas y los gritos que le llegarán a través de la puerta abierta de la calle. Y mirará los restos de merengue que hay sobre la mesa y, aunque añore a los que le faltan, será inmensamente feliz.
Las hijas de Flora llegan juntas en el coche de la pequeña casi a la hora justa de comer. Su madre sale a recibirlas con una sonrisa y le da dos besos y un abrazo a cada una de ellas. Suspira mientras lo hace; deseando que el momento se haga eterno. Está contenta por tenerlas en casa.
Ya tiene la paella lista y las tres entran en casa para preparar la mesa y la ensalada y empezar a comer. Son cuatro a la mesa. El padre también está. Hablan de cosas sin importancia, del tiempo, de sus trabajos, de las hermanas ausentes,… Y nada más terminar la comida, la hija pequeña dice que han de marcharse. “¿Pero qué prisa tenéis?”, pregunta la madre. A lo que las hijas contestan que tienen muchas cosas por hacer todavía.
Las hijas recogerán la mesa y saldrán. Flora les acompañará para darles dos besos y un abrazo a cada una de ellas y se dirán un “te quiero” bajito, al oído. Primero, la mayor; luego, la pequeña. Después se sonreirán y subirán al coche con sus fiambreras de cocido de vuelta a sus casas. Y Flora las verá partir y les dirá adiós con la mano; añorándolas ya a ellas y a las dos que faltan. Pero será feliz porque sus hijas han ido a verle y le han dicho “te quiero”. Será feliz porque sus cuatro hijas lo son; y ella no pide nada más.
La hija pequeña de Silvia se levanta todavía somnolienta y va hacia el comedor donde su madre escribe para darle los buenos días. A Silvia, nada más verla, se le ilumina la cara y la besa y abraza amorosamente. Después apaga el ordenador y ambas van a despertar a la primogénita para desayunar las tres juntas en la cocina entre risas y juegos. El padre se une más tarde a ellas, al oír los gritos desde la cama. Y, después, mientras sus hijas se visten, ambos preparan las mochilas para salir de excursión.
Tras el paseo volverán a casa, comerán y sacarán la tarta de la nevera. Luego, su hija pequeña, con disimulo inocente y mal fingido, pondrá cualquier excusa para salir de la cocina y le traerá la tarjeta a su madre en la que han estado trabajando los últimos días envuelta en papel de regalo. La tarjeta que Silvia espera con anhelo y guarda luego con satisfacción, como cada año, el día de la madre: una cartulina doblada con un dibujo hecho por sus hijas en cada lado. Silvia abrirá la tarjeta y admirará los dibujos y las notas escritas para ella. La pequeña habrá pintado a toda la familia: las dos hijas pidiendo un perrito y los dos padres diciendo que sí. Silvia sonreirá al verlo. Después observará el dibujo de su hija mayor: cuatro manos unidas; creativo, sensible, artístico,... perfecto. Silvia volverá a cerrar la tarjeta y la dejará sobre la mesa para abrazar a sus hijas que le dirán al unísono: “¡¡Felicidades, mamá!!”. Y Silvia no podrá ser más feliz.
A media mañana, la pareja de Neus va a despertarla. Ya le ha preparado el almuerzo que les espera en la mesa de la cocina. Le ayuda a salir de la cama y le acompaña a la mesa. Le acerca amorosamente la leche con galletas que le ha preparado mientras dormía y comienzan con el tardío desayuno.
- ¡Felicidades, mami! - le dice a Neus acariciando con dulzura su abultada barriga.
- ¡Felicidades, mamá! - le contesta Neus a su esposa Sandra dándole un suave beso en los labios.
A mitad del desayuno, Sandra se levanta de la mesa y le trae a Neus un paquete grande envuelto en papel de regalo con un gran lazo. Neus le sonríe y lo abre ansiosa rasgando el papel. Su sorpresa es máxima cuando ve que se trata de su foto preferida; la que más le gustó de aquella sesión de fotos que se hicieron hace un mes. En la que ella, con la barriga al descubierto y una camisa blanca, mira a Sandra que se encuentra detrás acariciándole el vientre. Sandra ha ampliado la foto en blanco y negro y la ha puesto en un precioso marco blanco. Una lágrima de emoción recorre la mejilla de Neus, que Sandra aparta con una de sus manos mientras que con la otra nota el movimiento de sus hijos en el vientre de su mujer. Ambas se sonríen.
Después de desayunar saldrán a dar un corto paseo para que Neus no se canse. Y más tarde, ya en casa, Sandra le dará un masaje a Neus en los hinchados pies para hacerla sentir mejor. Y hablarán del pasado, de las dificultades que tuvieron que superar, de cuando decidieron que Neus llevaría en su interior los óvulos de Sandra que darían paso a una nueva vida; a una nueva familia... Y hablarán del futuro, del parto que tanto asusta a Neus, de los cambios que habrá en su nuevo hogar, de la crianza de sus hijos y de lo mucho que ya los quieren sin ni siquiera haber nacido...
Herminia, Flora, Silvia, Neus y Sandra. Madres e hijas. Generaciones distintas. Experiencias y formas de ver la vida diferentes, pero todas unidas por el mismo sentimiento de amor. El amor hacia sus hijos. El amor inmensurable, incondicional e infinito que te permite amar a otro ser humano más que a tu propia vida. Que te coloca en último lugar sin importarte lo más mínimo. Que te hace sentir que tu corazón va a estallar de felicidad sólo por compartir la suya. El amor de una madre que mira a su hijo y sabe que ése es su mejor regalo. Que no necesita nada más.
Gracias, mamá, por querernos tanto.
Oleee ya puedo
Silvia eres increíble la verdad que dices cosas muy profundas y que realmente llegan al corazón sobre todo a laspersonasque va dirigido te felicito
me encanta... empatizo en cada linea que leo
Silvia ,muy emocionante ,me ha encantado
Precioso relato Sílvia. Cada día te superas👏🏼👏🏼😍😍.