Está ahí, observándome continuamente, persiguiéndome con la mirada. Esos ojos parecen salirse de la pintura para vigilar cada uno de mis movimientos. Desde el primer día en que me mudé a esta vieja casa de alquiler, ese cuadro llamó mi atención. Es el retrato antiguo de una mujer con una preciosa melena pelirroja que adorna sus bellas facciones. En cambio, esos ojos… No me gusta lo que transmiten.
Me acerco para observarlo de cerca. No me gusta su mirada. No me gusta esa mujer. Me produce escalofríos. Sin embargo, una extraña fuerza me impulsa a acercarme más y a alargar el brazo en dirección a ella. Casi puedo sentir como me llama, como me pide que me acerque un poco más, como quiere que la sienta.
Sin poderme resistir, mi mano toca el cuadro por primera vez. Acaricio su cara, sus cabellos y, de repente y sin saber cómo, ya no puedo ver el cuadro. Ahora mis ojos escudriñan mi habitación y la mujer que hay en ella. La mujer del cuadro. Intento llegar hasta ella pero mi mano choca con un lienzo rugoso. ¡No puedo moverme! Y entonces, ella me mira con sus malditos ojos y sonríe.
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