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Foto del escritorS.D.Esteban

Ellas

Esa mañana se había levantado de un humor excelente y lo primero que había hecho nada más salir de la cama había sido ir a verlas a ellas, a sus plantas, las que le habían acompañado siempre y nunca le habían fallado. Quería contarles como se sentía y compartir con ellas todos los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Quería decirles que esta vez saldría bien, que ella sería la definitiva. Lo presentía. Quería que ellas fueran las primeras en saber que, después de tantas decepciones, había encontrado a la mujer perfecta para él. Una mujer que le quería tal y como era, con sus rarezas, con su timidez, sin pretender cambiar nada de él.


Durante años ellas habían sido sus únicas confidentes, las únicas que escuchaban sus secretos, las únicas que se deleitaban con el tono de su voz mientras él leía un libro sentado en aquel patio rodeado por ellas. Y ahora ellas serían las primeras en conocer a la mujer con quien quería compartirlo todo a partir de ahora; a la mujer que llevaba años soñando.


–¿Así que estabas aquí?


Él se giró y la vio apoyada en el quicio de la puerta del patio. ¡Estaba preciosa! Tenía el pelo revuelto y tan solo una sábana blanca cubría su hermoso cuerpo.


–Me he despertado y no estabas –le dijo ella ladeando la cabeza para apoyarla en el marco de la puerta con un gesto juguetón. Luego sonrió, entró en el patio, extendió los brazos para mostrarle su desnudez y lo abrazó, envolviendo a ambos con la sábana–. Es una pena que ya te hayas vestido –le susurró coqueta al oído tras tirarle suavemente de la pajarita que llevaba al cuello.


–Quería bajar a comparte el desayuno. No tengo nada en casa. Anoche no esperaba que te quedaras.


–Me parece buena idea. Te esperaré aquí –le contestó ella.


Después se sentó en la silla del patio mientras acariciaba la hoja de una planta cercana. Sin embargo, retiró su mano casi al instante al notar algo en el dedo. La planta le había hecho un corte y una gota de sangre comenzaba a brotar de él.


–¿Te has hecho daño? –le preguntó él preocupado tras arrodillarse a su lado para sostener la mano herida entre las suyas.


–Tranquilo; tan solo es un corte de nada –dijo ella una vez hubo sacado el dedo que se había llevado a la boca para chupar su sangre–. Tú ve a por el desayuno. Yo estaré aquí cuando vuelvas –le sugirió con ojos de deseo antes de volver a meterse el dedo en la boca.


–De acuerdo –concedió él.


Y la obsequió con un dulce beso en los labios antes de salir en busca de su desayuno.


En cuanto el hombre hubo abandonado la estancia, un halo de tristeza y rabia comenzó a flotar en el aire. Un ambiente enrarecido del que la mujer no era consciente y que, no obstante, invadía todos los rincones de aquel patio. Era la primera vez en muchos años que él salía de casa sin despedirse de ellas, de sus amadas plantas, de sus fieles compañeras. Y, sin embargo, sí se había despedido de ella, de una mujer a la apenas conocía y para la que, a pesar de eso, sí había tenido unas palabras de cariño antes de abandonar la casa. ¿Por qué se comportaba él ahora con ellas de esa manera?, ¿por qué las ninguneaba así?, ¿qué habían hecho ellas para merecer semejante castigo, para ser despojadas del lugar que les correspondía? ¿Y esa mujer? ¿Qué es lo que había hecho ella para merecer ese honor? ¡Nada! ¡Nada en absoluto! ¿Dónde estaba ella cuando él necesitó consuelo? ¡¿Dónde?! Ni siquiera la conocía. No existía para él. ¡No era nada! Pero las cosas no iban a quedar así.


La fragancia comenzó a cambiar en el patio. El perfume dulzón que desprendían las plantas era ahora más embriagador, más envolvente. Y ese aroma comenzó a revolotear alrededor de la mujer, como la abeja alrededor de un panal, penetrando en su cuerpo por todos y cada uno de sus orificios.


La mujer sintió una ligera somnolencia que, poco a poco, se fue adueñando de ella sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Y, tras pocos segundos, cayó en un plácido sueño sobre la silla donde se encontraba.


Entonces las plantas se deslizaron hacia ella, rodeándola, asediándola, cada vez más cerca. Sus movimientos eran lentos pero calculados. Las plantas serpenteaban por el suelo hacia la silla donde ella se encontraba y fijaron firmemente sus piernas a las patas de la silla sin alterar su sueño. De la misma manera unieron los antebrazos de la mujer a los brazos de la silla. Las plantas que se encontraban a sus espaldas emprendieron un lento camino hacia ella desde ambos lados de la silla para rodearla. Primero lo hicieron de forma suave, pero después, cada anillo que se superponía al anterior presionaba con mayor fuerza el torso de la mujer hasta que, finalmente, ella notó que le faltaba el aire para respirar y despertó sobresaltada.


Nada más abrir los ojos advirtió que su cuerpo estaba rodeado por plantas que la mantenían sujeta a la silla. Estaba confusa. No entendía cómo había llegado a esa situación. Intentó desprenderse de la sujeción moviendo sus brazos y sus piernas, pero le resultó imposible. Aun así, siguió intentándolo cada vez con más ímpetu hasta que se percató de que no sería capaz de desembarazarse de ellas. Con horror, observó como unos brotes de aquellas plantas ascendían hacia su cabeza. Abrió entonces la boca para pedir auxilio, pero ellas fueron más rápidas y rodearon su cuello con tanta fuerza que la mujer no consiguió emitir ningún sonido. Solo intentaba, desesperada, que algo de oxígeno llegara hasta sus pulmones sin conseguirlo.


Y así estuvo durante segundos, los más largos de su vida, en los que en lo único en lo que pensaba era en ese hombre pintoresco al que apenas conocía. La imagen de sus labios sonriéndole, bajo aquel fino bigotito, fue lo último que su mente dibujó antes de que su corazón se rindiera para siempre.


Cuando las plantas dejaron de notar la férrea resistencia de la mujer, iniciaron un lento retroceso para dejar libre el cuerpo que, instantes antes, habían mantenido prisionero. Y una vez hubieron recuperado sus antiguas posiciones, se dedicaron a contemplar aquel trozo de carne sin vida.


Si, era bella, pero nunca hubiera significado para él lo que ellas significaban. Nunca hubiera sabido apoyarle de la manera en la que ellas lo hacían. Tal vez él estuviera triste unas semanas tras su pérdida, o quizá unos meses, pero ellas le consolarían, como habían hecho siempre. Ellas estarían a su lado para lo que él necesitara. Ellas y él. No precisaban de nada ni de nadie más. Ninguna mujer sería capaz de quererle como ellas lo hacían. Ninguna mujer le amaría jamás como ellas le amaban, con ese amor sin fin.

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1 bình luận


beaolis
23 thg 10, 2020

Menos mal que no tengo ninguna en casa...🤭. Ahora siempre las veré de manera diferente, como más VIVAS.... muy original😘😘😘

Thích
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